El Último Pueblo de Yaracuy - Historia de
Yaracuy
La boca
del Yaracuy. Por esas costas al final de la ruta del río yaracuyano esta la
simpática comunidad de Boca de Yaracuy la que vemos al lado derecho de esta
impresionante fotografía de nuestra apreciada amiga y colega Juana Segovia. Y
el pueblo sobrevive por encima de la rancia inercia de la plebe burocrática
entre los límites de Falcón, Carabobo y Yaracuy. A pesar de todo, el pueblito
allí, orondo, mirando su porvenir al lado de ese río tallado por Dios
moviéndose como un rayo de luz sobre la tierra. Con penurias y alegrías el
pueblo está junto al río como el compañero fiel. Y la corriente aliada a sus
inquietudes y a su vida porque es esencia de su génesis yéndose sobre su suave
oleaje para convertirse en cauce encantado y pulmón del poblado.
Aquel
bello manto selvático de Boca de Yaracuy, lleno de misterios y leyendas, es
mojado por el río jirajara que viene desbocado escurriéndose en gotas
milagrosas desde mágicas montañas de Yaracuy cruzando el verde Valle de las
Damas para fundirse al litoral marino. La boca del Yaracuy mira al río viéndose
así misma con sus angustias, razones y esperanzas; es el pueblo y el río
estrechándose con derechos para defenderse porque ambos son testigos de sus
hazañas para sobrevivir y elevarse.
Y es
allí donde sentimos que el amor a un pueblo y su río no es exclusivo de nadie
en particular: son afectos que no se plagian porque se hacen amor expandido,
libre, puro y sincero para todos. El río y La boca del Yaracuy es más de lo que
se dice, mucho más de lo que se escribe y de lo que se lee. Es nación, es
patria grande. En tiempos remotos fue vía principal para transportar cacao,
maderas nobles y distintos rubros hasta oscuros contrabandos que iban a las
Antillas próximas. Las selvas vírgenes en las planicies de entonces eran ricas
en maderas preciosas que fueron explotadas por los invasores colonialistas y
una compañía de Guipuzcoana que promovieron explotaciones desenfrenadas
tragándose bosques enteros, frondosos, en tierras bajas cercanas al río y al
mar.
Otros
se arrimaron a sus bolsillos el mineral de cobre que sacaban de las minas de
Aroa transportado en barcazas por el río anónimo hasta llegar a la
desembocadura en el Caribe que estuvo infestada por corsarios y filibusteros
muy cerca donde entra el río Yaracuy a la garganta de Golfo Triste. En el
corazón del río y ese bosque macizo perdura una sabia de memorias hinchadas de
historias que pueden ayudarnos a comprender la trascendencia de ese paisaje en
su verdad. El río y La boca del Yaracuy preservan el patrimonio de la creación
y lo hacen sin egoísmo porque van hermanados con claras ideas en la lucha
perenne que no conoce agonía. El pueblo y el río viven su deseo de cuidarse,
protegerse, para que su espíritu, su corazón y su conciencia sigan acercándose
a las cosas buenas.
La boca del Yaracuy
Por los
márgenes de ese río desde San Felipe donde a partir de 1728 funcionaba la Real
Compañía Guipuzcoana se levantaron pueblitos caracterizándose por la
preeminencia de pautas y valores que configuran su especificidad societaria de
raigambre africana. Los afrodescendientes a lo largo y ancho de la costa hasta
La boca del Yaracuy se sembraron en esas fértiles tierras donde soñaron,
lucharon defendiéndose de tanta vorágine malvada de los pillos invasores y
depredadores de sus derechos imponiendo sus locos deseos de pisotear al ser
humano acabando con los bienes de la naturaleza. Y siguen esperando la justicia
prometida. Cuando navegábamos en un peñero aguas abajo bañándonos con vientos
salitrosos buscando a Boca de Yaracuy nos dimos cuenta que la emancipación por
la libertad es la que les da presencia a estos luchadores y luchadoras siendo
el río testigo de aquellas proezas donde hombres y mujeres ofrendaron sus vidas
por quitarse las cadenas del yugo colonialista. Y esos movimientos insurgentes
los hicieron sobre los hombros del río Yaracuy y sus costas buscando la
libertad.
Y el río aun
tiene pensamiento crítico, desnuda verdades escondidas y es capaz de narrar
hechos y acontecimientos para ver una historia inconclusa o la historia que está
por escribirse. Por eso fuimos a esa corriente natural, al encuentro con sus
memorias haciéndose historia en aguas donde aparece el rostro del río sometido
a las más crueles castigos que ni la ceguera ni el desprecio pudo quitarle su
cordialidad y tampoco lo hizo mudo ante las generaciones.
El río venia y
se devolvía, pero nunca se perdió. El río estaba allí, en cuerpo presente,
entero, con ausencia de la mirada de ególatras de la democracia de élites que
poco o nada hicieron por aliviar sus males. Por ello se han visto de añales los
efectos de un alocado crecimiento de centros urbanos y la generación de
afluentes y residuos no tratados frente a una justicia ciega. Se han visto las
manchas de una agricultura sin cultura, de una “industrialización” agorera que
viola contribuyendo a modificar considerablemente el medio rural afectando las
aguas del río y por consiguiente las tierras bajas y planicies de las cuencas
de este legendario cauce yaracuyano.
Pese a que los
enemigos perseguían al río ofreciéndole una lapida e imponerle algún epitafio,
el río Yaracuy se hacía vida elevando banderas con el grito de su rebeldía
haciéndose justicia de los oprimidos y olvidados. Y el río y su pueblo
emprendieron la ruta de los grandes donde se acarician sueños con el anhelo de
los que buscan un mundo mejor. Por eso ni Boca de Yaracuy ni su río tuvieron
miedo a generosidad, juntos andaban para acercarse a su emancipación. El río y
su pueblo conservaron sus virtudes porque nunca fueron mezquinos. Ambos nadaban
en la corriente viajando entre sus tímidas olas por fortalecer sus vidas con
ánimo y capacidad para la comprensión ofreciendo su corazón a los demás. Hoy se
presentan libres como la brisa metiéndose al golfo de la historia, abriendo
algún resquicio de luz por dónde meterse con amor bañados de fe y esperanzas
que tiene el horizonte del pueblo, el río y el mar.
La crónica
disfruto la presencia de aquel paisaje con todo ese torrencial de riquezas,
aquel tesoro inquieto. Vio al río empapado de sol, henchido de cielo y su luna
regalándonos su espectáculo. El río se llevo a la crónica deslizándose noble
porque dejo, desde hace dos años gracias al Instituto de Minas y Canalizaciones
del Estado Yaracuy, de ser prisionero de la barbarie. Y regresa con sus aguas
que son las mismas de ayer como el hijo abrazándose a la madre para irse al
encuentro del inmensurable torrente marino. Ese río es historia. Es memoria. Es
crónica viva. El río Yaracuy ahora buscando su desembocadura conserva su
belleza a pesar de todo aunque sus aguas no son cristalinas como en tiempos
remotos. Pero es el río, siempre será el río. Es identidad, es gentilicio. ¡Es
nuestro!.
Fuente: www.yaracuy.net.
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